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Durante estos primeros días de la crisis Covid-19, no puedo evitar pensar en cómo se va a ver el mundo después de esto. ¿Aprenderemos las lecciones que nos está dejando? ¿Seremos una mejor sociedad? ¿Seremos una peor sociedad? ¿Aprenderemos a valorar un trabajo, un café en la esquina, un abrazo? ¿Nos encerraremos en nosotros mismos? ¿Le agarraremos cariño a no tocarnos y a no vernos?

Tenemos un país increíble en el que reina la flexibilidad: Si no se trabaja de albañil, se trabaja de mesero, si no se trabaja vendiendo tupperware, se vende Price Shoes, si no se trabaja en un gran corporativo, pone uno una Agencia Digital… Uno como mexicano siempre encuentra la forma de hacer, moverse, conectar este cable con el otro, ponerle cinta y voila! Pero por el otro lado, no somos capaces de prevenir, de guardar, de ahorrar. Vivimos de un sueldo al otro, de una liquidación a otra de un pago de un cliente al otro sin pensar que puede llegar el día en que eso que pensábamos que iba a llegar, simplemente no llega.

Ya tuvimos una pequeña muestra de este tipo de eventos con el H1N1. Al menos yo, lo viví de una manera muy diferente. Espero que no sea la edad y que más bien sea que en aquel entonces era yo empleada. A pesar de que no me preocupaba mi sueldo, no me preocupaba que nuestros clientes dejaran de invertir, no me preocupaba tener que correr gente, ni me preocupaba que hubiera allá afuera dueños del café de la esquina mordiéndose las uñas por no tener ni un solo cliente me sentí aislada, mortificada, ansiosa y presionada.

Hoy lo que escucho de nuestros clientes es ¿cómo recortamos? ¿qué podemos dejar de hacer? ¿hasta cuándo tenemos compromisos? y ¿saben qué? Tienen toda la razón. Hoy sabemos todos que no vamos a llegar a nuestras cifras. A las cifras que comprometimos con nuestros socios, al crecimiento que comprometimos con la corporación, a las cifras que pactamos con nuestros proveedores, a los aumentos que esperábamos dar, a los compromisos con los bancos, a nuestras responsabilidades con nuestros acreedores. Al enero “dificil” le siguió un febrero “complicado” y al febrero complicado, le siguió un marzo “imposible”.

Horrible decirlo pero a lo mejor, esto es justo lo que necesitábamos para detenernos un poquito a pensar cómo estamos haciendo las cosas. ¿Será que podemos regresar al mundo después de este encerrón aprendiendo a respetarlo? ¿será que podemos tener compasión y entender el duelo por el que todos estamos pasando? ¿será que podemos valorar el trabajo que tenemos, el proyecto chiquito y molesto, al jefe histérico al dueño de la empresa que nunca pensamos que también tiene que rendir cuentas y tomar las decisiones más difíciles?

La pregunta que hoy como empresa en The Robots nos estamos haciendo es ¿qué podemos aprender de todo esto? Debo decirles que cuando creamos esta empresa, mi socia y yo teníamos un sueño en común: Ser un lugar en donde nuestra gente pueda ser feliz. En donde le demos más valor al ser humano y menos a lo que podríamos ganar. Esto, debo confesar que nos ha llevado a una serie de decisiones erradas: Asumimos que podíamos influir en la felicidad de la gente y esto es falso. Solo tú te puedes hacer feliz a ti mismo. Con esto en mente en The Robots estamos trabajando para ser una empresa más sana, más fuerte y más excitante. La base ahí estará, lo que aprendas y cómo lo utilices, seguirá siendo responsabilidad de cada quien.

Yo por mi parte en estos días deseo que perdamos mucho. Que perdamos la arrogancia y podamos pedir ayuda. Que perdamos la confianza en lo que tenemos para agradecer lo que nos han dado, que perdamos la timidez para ir por lo que verdaderamente queremos, que perdamos el miedo para tomar decisiones con valor, que perdamos la angustia para encontrar esa flexibilidad y ocurrencia mexicana para salir adelante conectando este cable con el otro y voila!

Dios proveerá.